Viajamos para cambiar


Lago Espejo, agosto 2019.


Viajar nos da muchos beneficios psicológicos. En lo personal ese cambio de perspectiva me ayuda a ver las cosas con mayor claridad. Los viajes generan una colección de recuerdos y también cierto desarraigo a lo material. Quizá éste sea el motivo por el cual viajar termina siendo una herramienta útil para producir felicidad.


Sucedió


Agobiado por una larga semana. La presión de ser el empleado nuevo en una empresa de un país con economía fluctuante, cumplir con las estructuras sociales y ese constante esfuerzo por adaptarme a las normas establecidas, me estaba desequilibrando. Llegado el fin de semana simplemente tenía que largar todo o explotar. No poder palpar ese futuro inmediato me daba la sensación de estar haciendo una caminata a ciegas hacia el abismo —es lo que estaba experimentando—.

¡Oh... maravillosa prenda del noble caballero! ¡Uniforme de justicia! Un domingo por la mañana fui al rincón donde yacen las prendas de cuero. Até botas, cerré cremalleras, ajusté cintos y saqué rápidamente la máquina de la casa. Abría grasa salpicada por todos lados, pero no había tiempo y la cadena se engrasa igual. Apenas calentó el motor me largué en bajada por la calle que llevaba al lago Nahuel Huapi.

La moto aún parecía una locomotora tirando humo blanco, la mañana estaba fresca y fui directo a la estación de combustible. Miro el interior, veo nafta hasta el borde, cierro los ojos mientras aspiro su olor y con una media vuelta tapo el tanque. Es ahí cuando todo comienza.

No pude evitar salir sin acelerar animosamente. Pasé todos los lomos de burro de la forma más divertida posible. Puse la mejor de mi paciencia en los semáforos y adelantándome a cuantos pude fui saliendo de la ciudad hacia la libertad.

En la ruta el motor entró en régimen y yo, en estado de meditación. Se notaba el Sol calentando el campo y pensé —Me dice "¡buenos días!". Ya pasando Dina Huapi y continuando por RN40 hacia el norte bordeo casi en su totalidad al Nahuel Huapi hasta llegar a Villa La Angostura. Ahí me abastezco con pan, salchichas, cerveza y continuo.

Llegué a destino —lo decidí en el momento—. Salí de la ruta y tomé un acceso hasta llegar a la costa del Lago Espejo. Al llegar dejé la moto a un lado, caminé por la playa y me dejé caer entre arena y piedras. Estar tan desprovisto de todo me ayudó, las herramientas me cabían en una mano y en la otra la vianda. Tuve que quitarme casi todas las prendas porque el Sol quemaba. La quietud del lago y la paz del lugar fueron anestesiando el sonido del viento y del motor en mi cabeza.

Dormité escuchando a los pájaros. Miles de cosas podían pasar por mi mente pero ya no me afectaban directamente. Todo lo podía ver desde arriba, desde lejos. Fue un momento de "masaje mental" que dejaba fluir el pensamiento. En ese lugar no hubo una respuesta para todo pero nuevas ideas hicieron luz.

Ya pasó más de un año de ese viaje y me acuerdo muy bien de las ideas que me dejó. Me obsequió otro enfoque en ese momento,  vivir algo más acorde a mi manera de pensar. Nunca me habría imaginado terminar de escribir estas líneas viviendo hoy en un motorhome y a la costa de otro lago como aquel día.

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